Shownotes
Porque ¿qué nación grande hay que tenga dioses tan cercanos a ellos como lo está Jehová nuestro Dios en todo cuanto le pedimos?
Deuteronomio 4:7
Estar cerca de Dios
Esta gran bendición iba acompañada de una gran responsabilidad. Este es el motivo por el que se le dijo a Israel que escuchara atentamente los estatutos y las ordenanzas de Dios, y que obedeciera, para así poder vivir y entrar en la tierra prometida para poseerla. No debían añadir ni quitar nada de la Palabra de Dios, sino simplemente guardar sus mandamientos (vv. 1-2). También se les dijo que recordaran las grandes obras que Dios había realizado al juzgar a los que habían ido tras Baal-peor (vv. 3-4; cf. Nm. 25); debían recordar lo que habían visto en Horeb cuando recibieron los diez mandamientos en dos tablas de piedra (v. 13). Debían tener cuidado de no olvidar el pacto que Jehová había hecho con ellos, ni debían hacerse escultura o imagen para postrarse ante ellas, “porque Jehová tu Dios es fuego consumidor, Dios celoso.” (vv. 23-24).
Era absolutamente imposible que los israelitas disfrutaran de la cercanía a un Dios santo si no permanecían en santidad y verdad. Tal era su responsabilidad. Pero tal era también su bendición cuando cumplían su responsabilidad: Dios estaba cerca de ellos “en todo lo que lo invocaran”.
Quienes hemos creído en la obra consumada de Jesús hemos sido bendecidos “con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo”, y estamos incomparablemente más cerca de Dios “por la sangre de Cristo” (Ef. 1:3; 2:13). Además, el Señor mismo nos ha dicho: “Pedid todo lo que queréis, y os será hecho”, y “pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido” (Jn. 15:7; 16:24). Dios está cerca de nosotros siempre que lo invocamos. Pero incluso donde la gracia abunda, lo hace por medio de la justicia, pues se ha pagado el precio para que podamos disfrutar de tal cercanía. La santidad y la verdad deben encontrarse entre los que invocan el nombre del Señor (2 Ti. 2:19, 22). Solo así podremos disfrutar de la cercanía con Dios.
Alexandre Leclerc