Shownotes
Fueron una vez los árboles a elegir rey sobre sí, y dijeron al olivo: Reina sobre nosotros. Mas el olivo respondió: ¿He de dejar mi aceite, con el cual en mí se honra a Dios y a los hombres, para ir a ser grande sobre los árboles?… Y la zarza respondió a los árboles: Si en verdad me elegís por rey sobre vosotros, venid, abrigaos bajo de mi sombra; y si no, salga fuego de la zarza y devore a los cedros del Líbano.
(Jueces 9:8-9, 15)
Los jueces de Israel (17) Abimelec (A) La parábola de Jotam
Abimelec, cuyo nombre significa «mi padre fue rey», hijo de Gedeón y su concubina de Siquem, persuadió a los hombres de Siquem para que le dieran dinero con el cual contrató hombres perversos y asesinó a sus setenta hermanos. Jotam, el hermano más joven, logró escapar. Desde la cima del monte Gerizim, él alzó su voz y desafió a los hombres de Siquem con una parábola que habla acerca de los árboles escogiendo a un rey para que reine sobre ellos.
Todos los árboles valorados por sus frutos rechazaron la posición de rey. El olivo prefirió producir aceite, que se utilizaba para los sacrificios a Dios y que es útil para los hombres, en lugar de reinar sobre los árboles. De la misma forma, la higuera prefirió seguir produciendo su dulzura y buen fruto. Incluso la humilde vid rechazó tal posición, pues no quería cambiar su mosto, que alegra el corazón de Dios y el hombre, por la vanagloria de señorear sobre los árboles como su rey.
Pero cuando le preguntaron a la zarza, esta no tuvo tales aprensiones. Difícilmente puede ser considerada un árbol y no produce nada útil, pero tenía un orgullo inmenso y una gran ambición. Ella convidó a los otros árboles a cobijarse bajo su sombra, pero ¿cómo iban a hacerlo? Ante esto la zarza los amenazó: si no lo hacían, ella lanzaría fuego para devorarlos, ¡incluso al más grande de ellos! Seamos como nuestro Señor, quien se deleitó en servir a otros y ser un verdadero consuelo y bendición para quienes lo rodeaban. No deseemos poder para que los demás se postren delante nuestro, ni dañemos al resto con nuestras formas espinosas o nuestra lengua, la cual «inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno» (Sant. 3:16).
Eugene P. Vedder, Jr.