Perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones.
Hechos 2:42
Los cuatro pilares de la Iglesia primitiva
Los primeros capítulos de los Hechos presentan el inicio del testimonio cristiano en este mundo en el que Cristo ha sido rechazado. Dios recibió a Cristo, lo sentó a su diestra en la gloria, “y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia” (Ef. 1:20-23).
Cuando Cristo fue glorificado como Cabeza, el Espíritu de Dios fue enviado desde el cielo (Hch. 2:1-4). Los discípulos, llenos del Espíritu, dieron inmediatamente testimonio del poder de Dios. Ahora estaban unidos como miembros los unos con los otros, y también unidos a Cristo, la Cabeza viva en el cielo.
Las cuatro cosas mencionadas en el versículo de hoy eran la base de esta unidad. La primera fue la doctrina de los apóstoles. El Nuevo Testamento aún no se había escrito, por lo que la enseñanza oral de los apóstoles (los testigos del ministerio, de la muerte, resurrección y ascensión del Señor Jesús) era el fundamento sobre el que se edificaba la Iglesia (Ef. 2:19, 20). La perseverancia en la doctrina de los apóstoles se asocia inmediatamente con la comunión. Cristo es la clave que revela el gran misterio de Cristo y su Iglesia, y quien une los corazones de los creyentes entre sí.
En el partimiento del pan, tal como se revela en 1 Corintios 10 y 11, expresamos la realidad práctica de la unidad de los miembros del un solo Cuerpo del Señor Jesús, la Cabeza glorificada en el cielo. Por fe entendemos nuestro santo privilegio y el ferviente deseo del Señor de reunir a los suyos, a quienes ha comprado con su sangre, en torno a su Persona cada primer día de la semana para hacer memoria de él.
Se menciona un cuarto y último punto: la importancia de la oración. Para mantener el equilibrio del testimonio cristiano, tal como se vislumbraba en sus inicios en la tierra, es esencial que dependamos absolutamente del Señor.
Todos estos recursos siguen estando a nuestra disposición hasta que el Señor nos llame al hogar.
Jacob Redekop