Muchas veces intentamos ser “lo suficientemente buenos” por nuestra cuenta, pero Jesús nos muestra que la vida eterna no se gana con nuestras obras. El joven rico hacía muchas cosas bien, pero no pudo soltar aquello que amaba más que a Dios. Jesús es Señor de todo, o no es Señor en absoluto. Cristo nos llama a entregar cada tesoro menor para recibir algo infinitamente mayor: a Él mismo. Cuando recordamos que se vació a sí mismo y fue a la cruz por nosotros, la rendición se convierte en nuestro gozo, no en nuestra pérdida.