Tendemos a querer encontrar otro camino para relacionarnos con Dios que no sea el sacrificio y el derramamiento de sangre. Buscamos una puerta trasera al cielo tratando de hacernos lo suficientemente buenos para Dios, esperando encontrar una manera de evitar el sangriento y humeante altar del sacrificio. No hay otra manera de que los pecadores entren en relación con un Dios santo sin que se haga expiación por sus pecados mediante el derramamiento de sangre. El Altar fue lo primero que vieron. Se interponía entre ellos y la presencia de Dios, recordándoles que el pecado debía pagarse con sangre. Este es el precio del pecado desde la caída. Dios lo instituyó haciendo el primer sacrificio en Génesis 3 para cubrir la desnudez de Adán y Eva, y Dios lo terminó enviando a Jesús para pagar por el pecado de una vez por todas en el altar de la cruz. Mediante la fe en el Evangelio, ahora podemos entrar en relación con Dios para siempre.