Shownotes
Porque Dios no es injusto para olvidar vuestra obra y el trabajo de amor que habéis mostrado hacia su nombre.
Hebreos 6:10
El tribunal de Cristo para los creyentes
Si somos creyentes, usted y yo nunca podremos ser juzgados por nuestros pecados, pues Jesús fue juzgado por ellos. Sin embargo, como creyentes, tendremos que dar cuenta al Señor de todas nuestras acciones aquí en la tierra. Creo que cuando toda nuestra historia sea revisada ante el Señor, estaremos profundamente agradecidos de haberla revisado junto con él.
Quizás alguien dice: “Pero voy a estar muy preocupado por lo que se manifestará en aquel momento”. ¡No!, no piense en ello. Le diré qué se manifestará: usted verá que ha sido puesto en la gloria, en semejanza a Cristo. ¿Tendrá entonces alguna objeción que hacer? Nuestra culpa nunca podrá sernos imputada, porque ya le ha sido imputada a Cristo. Él murió por nuestros pecados, Cristo es nuestra justicia y nuestro fundamento para comparecer ante la presencia de Dios. Sin embargo, será un momento de mucha bendición y solemnidad, pues veremos lo que su gracia fue para nosotros aquí en nuestro andar terrenal. En ese momento, cuando comparezca ante el tribunal de Cristo, el Señor me mostrará toda mi historia. Al mirar hacia atrás en mi vida, a mis días de incredulidad, veo un largo y oscuro río, negro como la tinta, con nada más que mi voluntad propia y el pecado. Luego llego a un punto en el que su gracia comenzó a obrar en mi corazón, y veo una pequeña y brillante línea de plata apareciendo en escena: el primer toque del Espíritu de Dios en mi alma. En ese momento, la corriente de su gracia comienza a ensancharse poco a poco, y el torrente oscuro de mi voluntad propia y el altivo pecado comienza a disminuir.
Así recorro toda mi historia, viendo mis fracasos, mis faltas, la paciencia del Señor y su gracia conmigo. ¡Qué tonto fui entonces, y cuánto me ayudó su gracia! Entonces contemplo anticipadamente el final de mi historia y digo: “Aquí estoy con Cristo en la gloria”. ¡Oh! ¡Estaré en la gloria! ¡Qué maravillosa gracia! No me lo perdería por nada del mundo.
W. T. P. Wolston