Shownotes
No te alejes de mí, porque la angustia está cerca; porque no hay quien ayude. Me han rodeado muchos toros; fuertes toros de Basán me han cercado. Abrieron sobre mí su boca como león rapaz y rugiente.
Salmo 22:11-13
Reflexiones sobre el Salmo 22 (4)
Cuando David escribió este salmo, bajo la guía del Espíritu Santo, lo hizo como profeta. Dios lo inspiró para que escribiera acerca de los sufrimientos del Mesías en la cruz, de su muerte, de su resurrección, así como de algunas de sus glorias futuras. Durante las tres horas de tinieblas en la cruz, Jesús fue desamparado por Dios, mientras el sol brillante del mediodía estaba oculto. Llegando al final de esas horas, las palabras “no te alejes de mí” expresaron lo sombrío de su situación. Incluso entonces, él se encomendó a Dios, pues no había otro a quien pudiera acudir. Dios estaba juzgando a Jesús por nosotros, y, sin embargo, él le suplicaba a Dios que viniera a su rescate. Además de todo esto, nuestro Señor Jesús también tuvo que enfrentar los ataques de sus enemigos. Los líderes judíos eran como fuertes toros que lo rodeaban, para atacarlo, y como leones rugientes, para devorarlo (v. 13). Hay siete horribles expresiones que resumen su angustia. Él se sintió: “derramado como aguas”; con sus huesos descoyuntados; su corazón derretido como cera; su vigor seco como un tiesto; su lengua se pegó a su paladar; y se vio “puesto en el polvo de la muerte” (vv. 14-15). Y, en medio de todo esto, él se encomendó a Dios, y solo a él. Los soldados romanos lo rodearon como perros, traspasando sus manos y pies (v. 16). Una sorprendente profecía sobre su vestimenta se cumplió en detalle, mostrando cómo Dios mantenía un estricto control sobre todo lo que ocurría (v. 18; Lucas 23:34). Sin embargo, los hombres eran plenamente responsables de sus malos actos. Cristo perseveró en su confianza en Dios: “No te alejes de mí” (v. 19). Dios permitió que la espada se levantara contra su Pastor, cuando las autoridades romanas condenaron a Jesús a la muerte. Satanás, como león rugiente, trató de devorarlo (v. 21). “Cuando clamó (Jesús) a él, (Dios) le oyó” (v. 24). Dios le respondió cuando Jesús dijo: “Consumado es”, y Cristo pudo, confiadamente, entregar su espíritu.
Alfred E. Bouter