Shownotes
Escribe al ángel de la iglesia en Esmirna: El primero y el postrero, el que estuvo muerto y vivió, dice esto: Yo conozco tus obras, y tu tribulación, y tu pobreza… No temas en nada lo que vas a padecer… Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida.
(Apocalipsis 2:8-10)
La Iglesia en Esmirna y la persecución
Esmirna significa mirra, la cual se menciona frecuentemente en las Escrituras en relación con el embalsamamiento de los muertos. La mirra tiene que ser machacada para que dé su fragancia. Esto tipifica aquel periodo en el que la Iglesia fue triturada bajo el férreo pisoteo de la Roma pagana; sin embargo, nunca dio tan dulce fragancia a Dios como en esos dos siglos de casi constante martirio.
«El primero y el postrero, el que estuvo muerto y vivió». ¡Qué bendición saber que los hijos de Dios están unidos a un Cristo resucitado! El poder de su resurrección obra en ellos. Él dice: «Yo conozco tus obras, y tu tribulación, y tu pobreza (pero tú eres rico)». Estos fueron los días en los que la Iglesia era aborrecida, degradada a la ilegalidad y perseguida. En lugar de adorar en magníficos edificios, los creyentes se reunían en cuevas y catacumbas, con centinelas apostados para avisarles de la llegada de sus enemigos. Despreciados por el mundo, condenados como enemigos del emperador, a causa de su fe y lealtad a Cristo, sus vidas eran preciosas para Dios. Eran ricos a Sus ojos. Eran pobres en bienes de este mundo, pero ricos en fe.
“La sangre de los mártires es la semilla de la Iglesia”, escribió Agustín. El testimonio de los moribundos llevó una y otra vez a sus perseguidores a recibir al Señor Jesús como su Salvador, y esto a causa del poder convincente de la verdad manifestada en los mártires. Vano fue el esfuerzo de Satanás para destruir el cristianismo mediante la persecución. Pero aquellos fueron días cuando ser cristiano significaba algo. Cuando el pueblo de Dios era aplastado como la mirra, ¡qué olor dulce de devoción, qué fragancia de amor cristiano se elevó hasta el mismo trono de Dios!
H. A. Ironside