Shownotes
Entonces vinieron a Jericó; y al salir de Jericó él y sus discípulos y una gran multitud, Bartimeo el ciego… comenzó a dar voces y a decir: ¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!
Marcos 10:46-47
Despojarnos de nuestro manto
A diferencia de la multitud, Bartimeo era consciente de su necesidad y de su propia impotencia para satisfacerla por sí mismo. Como siempre, el alma necesitada es la que se siente atraída por Jesús, y la que discierne su gloria. La gente puede hablar de Jesús como el Nazareno, pero solo la fe puede discernir en ese humilde Hombre al Hijo de David, de quien se escribió: “Para que abras los ojos de los ciegos” (Is. 42:7). Es por eso que el ciego Bartimeo pudo exclamar: “¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!”
Siempre habrá obstáculos cuando un alma busca a Jesús. Muchos querían que Bartimeo se callara, preocupados de que un mendigo molestara al Señor (v. 48). Pero la fe, elevándose por encima de todo obstáculo, clamó mucho más, y la gracia del Señor se detuvo y “mandó llamarle”. “Arrojando su manto” (v. 50 NBLA), se levantó y fue a Jesús. Es bueno, en efecto, que cuando somos conscientes de nuestra necesidad y discernimos algo de la gloria de Jesús, nos despojemos de cualquier manto de justicia propia que poseamos, y acudamos a Jesús tal como somos, en toda nuestra necesidad y desamparo.
El Señor le preguntó entonces a Bartimeo: “¿Qué quieres que te haga?”, y el ciego respondió: “Maestro, que recobre la vista” (v. 51). El Señor tomó entonces el lugar del hacedor, y el ciego aceptó tomar el lugar del receptor. El Señor reconoció inmediatamente esta fe sencilla. Bartimeo recibió la vista y “seguía a Jesús en el camino” (v. 52), y así se convirtió en su discípulo. No trató de seguir a Jesús para recibir la vista, sino que, habiendo recibido la bendición, se convirtió en discípulo. Primero debemos recibir las bendiciones de la salvación y el perdón por medio de la obra de Cristo, y entonces podemos seguirlo en el camino.
Hamilton Smith