Shownotes
Y te acordarás de todo el camino por donde te ha traído Jehová tu Dios estos cuarenta años en el desierto, para afligirte, para probarte, para saber lo que había en tu corazón, si habías de guardar o no sus mandamientos.
Deuteronomio 8:2
¿Qué hay en el corazón?
Dios quería que los hijos de Israel fueran los que se dieran cuenta de lo que había en sus corazones, pues él ya lo sabía. Era importante que ellos lo supieran para entender quiénes eran y quién era Dios, y así acudir a él en busca de todos sus recursos, toda la ayuda y gracia que necesitaban. Ellos habían fallado en cumplir los mandamientos de Dios, y si confiaban solo en sí mismos, seguirían fallando.
En este camino de gracia por el que nos conduce el Señor, también nos enfrentamos a este problema del corazón. Debo aprender y confesar que en mí no mora el bien (Ro. 7:18). También necesito conocer a Dios y su corazón para comprender que en él encuentro todo lo que necesito, como escribió el salmista: “Todas mis fuentes están en ti” (Sal. 87:7). Debo aprender que, si dependo de mis propias fuerzas, aunque intente hacer lo correcto, también fallaré, incluso si esas fuerzas son para andar “como es digno del Señor, agradándole en todo” (Col. 1:10).
El Señor nos dice: “Permaneced en mí” (Jn. 15:4). Cuanto más reconozco lo que hay en mi corazón, más debo acudir a él como mi fortaleza y ayuda, mi todo. Así es como realmente permanezco en él. Entiendo que todo lo que se realiza en mí, y a través de mí, no es por mi propio esfuerzo, sino que es Dios obrando en mí. Puedo decir, al igual que Pablo: “Pero por la gracia de Dios, soy lo que soy… He trabajado más que todos, pero no yo, sino la gracia de Dios que está conmigo” (1 Co. 15:10).
En Romanos 7:14-25 encontramos a alguien que descubrió lo que había en su corazón y clamó a Dios en desesperación. ¡La respuesta la encontró en Jesucristo! La lección que debemos aprender es que Jesús es y debe ser todo en nuestra vida. Debemos permanecer en él, y él en nosotros.
Alexandre Leclerc