Shownotes
Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas… quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente.
1 Pedro 2:21, 23
El ejemplo del Señor para nuestras relaciones con los demás
Es común que el corazón humano se resienta y busque retribuir las ofensas recibidas. ¡Cuán extraño es responder al sentimiento natural como lo hizo Cristo! Ante las burlas cortantes y el mal inmerecido, él logró vencer el mal con el bien (Ro. 12:21). ¡Cuánto nos cuenta hacer lo mismo!
Los hermosos rasgos del carácter de nuestro Señor, descritos tan bellamente en los versículos previos por el apóstol Pedro, resplandecieron en su vida para que los imitemos. Cuando se encontró con un Natanael cargado de prejuicios (Jn. 1:46), el Salvador pasó por alto sus pensamientos preconcebidos y destacó sus cualidades, diciendo: “He aquí un verdadero israelita, en quien no hay engaño” (Jn. 1:47). Más adelante, sus discípulos lo abandonaron (Mt. 26:56), pero después de su resurrección se les apareció y, en lugar de reprenderlos, les dijo: “Paz a vosotros” (Jn. 20:19).
Parece ser que varios de los discípulos se empaparon de esta forma de pensar, “esta actitud que hubo también en Cristo Jesús” (Fil. 2:5 NBLA). Pablo se sintió obligado a reprender a Pedro en presencia de todos y a dejar constancia de este hecho (Gá. 2:11-14). Pedro debió sentir profundamente la severidad de esta reprensión, sin embargo, ¿guardó algún rencor contra Pablo? Leamos como se refirió a él en su segunda epístola: “Nuestro amado hermano Pablo” (2 P. 3:15).
Cuando nos sintamos tentados a pronunciar alguna palabra dura, o de tomar represalias de forma precipitada y brusca, preguntémonos si nuestro Salvador habría reaccionado así. Si los demás son poco amables, desconsiderados o desagradecidos con usted, remita su causa a Dios. Háblele solo a Dios acerca de las faltas de los demás en oración. ¿Represalias? Tal pensamiento no debe habitar en un cristiano. “Vosotros no habéis aprendido así a Cristo” (Ef. 4:20).
J. R. MacDuff