Shownotes
Fortalecido, pues, Roboam, reinó en Jerusalén… E hizo lo malo, porque no dispuso su corazón para buscar a Jehová.
(2 Crónicas 12:13-14)
Lecciones del reinado de Roboam
Roboam esclavizó a la nación con sus pecados y, al comienzo de su reinado, menguó la fuerza numérica de su reino en casi tres millones a causa de su necedad. Siguió el vergonzoso ejemplo de su padre al tomar para sí muchas esposas. Sin embargo, mostró sabiduría en la distribución de sus hijos sobre los territorios de Judá y Benjamín, ubicándolos en ciudades fortificadas, y proveyéndoles alimento en abundancia. Probablemente recordó los lamentables hechos que habían ocurrido al final de la vida de su abuelo David (en relación con sus hijos), lo que lo llevó a tratar evitar tales escenas.
Quiera Dios que los cristianos muestren sabiduría espiritual en la misma medida de la sabiduría natural de Roboam en este asunto. Si el pueblo de Dios estuviese bien alimentado con la verdad, y bien ocupado de las labores de Cristo en los diversos servicios de su reino, entonces habría menos peleas entre nosotros. Pero, tristemente, sigue siendo muy recurrente que «los hijos de este siglo son más sagaces en el trato con sus semejantes que los hijos de luz» (Lc. 16:8). La sabiduría de Roboam fue recompensada cuando, al final de su reinado de diecisiete años, su hijo Abías asumió la corona sin oposición alguna de parte de su gran cantidad de hermanos, asumiendo el reinado con total quietud.
Roboam murió a los 58 años. El último comentario del Espíritu con respecto a su carácter es muy significativo: «E hizo lo malo, porque no dispuso su corazón para buscar a Jehová». Hay una frase que revela todo el secreto de su fracaso, tanto como rey de Judá como siervo de Jehová, quien le había dado esta posición exaltada: «no dispuso su corazón para buscar a Jehová».
Que Dios, en su gracia, nos ayude a buscar siempre el reino de Dios y su justicia. Solo así seremos guardados del mal, y evitaremos que el relato de nuestras vidas sea como el de Roboam –una triste sucesión de declives y errores.
C. Knapp