Shownotes
¿No es este el carpintero, hijo de María?… Y estaba asombrado de la incredulidad de ellos.
Marcos 6:3, 6
Jesús en Nazaret
Vemos al Señor en su humilde servicio de amor, asociándose con la gente sencilla de “su propia tierra” y “su casa” (v. 4). Los visitó con divina sabiduría y poder, proclamando la verdad entre los pobres de la tierra y sanando a muchos enfermos. En ningún caso cedió a la vanidad de la naturaleza humana, que ama la pompa y la exposición, y que rechaza a los hombres debido a su origen humilde. El servicio de gracia del Señor revela el bajo estado moral del pueblo. De hecho, ellos se admiraban de su enseñanza y sabiduría, y solo les quedó admitir sus milagros, aunque se escandalizaron de él.
La carne es siempre la misma. Actualmente, ¿no corremos el peligro, incluso como cristianos, de obstruir la obra de Dios a causa del orgullo y la vanidad de la carne, la cual desprecia el servicio de un siervo de Dios por su origen humilde? Con el Señor todo era perfecto; los defectos provenían del pueblo. Esta gente simple, proveniente del campo, menospreciaba la sabiduría de las enseñanzas del Señor y el poder de sus obras diciendo: “¿No es este el carpintero, hijo de María?”. No pudieron discernir la gloria de su Persona y la gracia del corazón de Aquel que por amor a nosotros se hizo pobre, siendo rico.
Así, el Creador se convirtió en el carpintero, y el Hijo de Dios en el hijo de María. El Señor le recuerda a quienes lo rechazaron, a causa de su humillación, que “no hay profeta sin honra sino en su propia tierra” (v. 4). Nosotros podríamos ser rechazados debido a nuestra debilidad o nuestros evidentes defectos, pero este no fue el caso del Señor Jesús, sino que el simple hecho de ver a Jesús vivir cerca de ellos en su vida cotidiana hizo que la gente dudara de su misión divina. El resultado fue que Jesús no pudo realizar ningún milagro allí debido a la incredulidad de ellos. Esto es algo muy solemne: ¡la incredulidad también puede obstaculizar la obra de Dios en nuestros días!
Hamilton Smith