Shownotes
Veré la sangre y pasaré de vosotros.
Éxodo 12:13
La sangre del Cordero, fundamento de la salvación
El “ángel destructor” (v. 23 NBLA) pasó por la tierra de Egipto. En la oscuridad de la noche realizó su tarea. No distinguió entre las casas de los israelitas y las de los egipcios: solo se fijó si estaban marcadas con sangre. Si veía la sangre en el dintel y los postes de la puerta, entonces seguía de largo y no entraba en esa casa.
Todos los tratos de Dios con los pecadores deben basarse en su santo juicio contra el pecado. En el caso de la salvación, Dios despierta el alma al sentimiento de esto; él dice: «El juicio está llegando, y aquí está la consecuencia de ello». Y luego pone la sangre sobre el dintel y los postes de la puerta. Antes de que Dios nos ponga en el camino de la fe, él deja en claro que ha resuelto la cuestión del pecado; que las exigencias de su justicia han sido perfectamente satisfechas. Dios no continuará tratando con nosotros hasta que este asunto entre él y nosotros esté resuelto. Puede tratar con nosotros en gracia, pero no emprende el viaje con nosotros hasta que se haya hecho lo que satisface enteramente su ser moral. Antes de que Israel comenzara su viaje, Dios había pasado sobre ellos el juicio, sin que este los alcanzara.
Antes de comenzar el camino de la fe, la cuestión del juicio de Dios sobre el pecado debe estar resuelta. Todo lo que es, propiamente hablando, la vida cristiana, el camino de la experiencia, la vida de fe se basa en que Dios’ ha pasado de nosotros’. Él no puede pasar por alto el pecado: Él nos muestra la sangre. Habiéndonos despertado a la conciencia del pecado, antes incluso de que comencemos el camino de la fe, nos enseña que él ha resuelto este asunto de una vez y para siempre. La fe ve y comprende que por la propia obra y Palabra de Dios el asunto entre él y nosotros ha sido resuelto. La sangre ha sido puesta entre el alma y Dios: la sangre del propio Hijo de Dios. Puedo verme a mí mismo como el más vil de los pecadores, pero veo aquello que ha satisfecho perfectamente las demandas de la justicia de Dios.
J. N. Darby