Shownotes
Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios.
(1 Juan 5:1)
Hijos de Dios
«Todo aquel» es una expresión que, como un círculo tan vasto como la circunferencia de la tierra, abarca a toda la humanidad. Todo ser humano vivo está dentro del perímetro de este llamado alentador de la gracia divina. Al creer, formamos parte de la familia de Dios; cada creyente es un hijo de Dios. Algunos miembros de la familia tendrán honores especiales que no se otorgarán a otros, pero el más joven y débil, así como el creyente más avanzado y fuerte, es un hijo de Dios. Todos los hijos e hijas del rey son hijos reales, aunque algunos tienen un título de mayor nobleza que otros; pero es imposible que alguno de ellos no forme parte de la familia real.
Regocijémonos en tal privilegio, y mientras buscamos crecer cada vez más en el conocimiento de los pensamientos de Dios, entremos más en el verdadero significado de esta maravillosa relación que tenemos con Él. ¡Ay! Sabemos que en la familia de Dios hay hijos que, a causa de su debilidad, dudan en reconocer y aprovechar tal relación. En el círculo del hogar es imposible que exista tal cosa, pues un niño pequeño no es capaz de razonar acerca de su debilidad. Es imposible que un bebé diga: «No soy un hijo, porque soy tan solo un bebé». Oh, dubitativo y tembloroso creyente, permanece tranquilo y confía. Aprende la lección de amor que nos deja un tierno infante que reposa en el seno de su padre.
La dificultad reside en esto: en un bebé en Cristo vemos combinada la debilidad y la ignorancia de un niño con la energía y la terquedad propias de la edad –él es un nuevo hombre en Cristo, pero todavía tiene la carne en él. El aprendizaje es lento; ah, cuánto cuesta aprender que la carne para nada aprovecha. Es por esto que frecuentemente escuchamos a la carne en lugar de poner atención a las claras y simples declaraciones de la Palabra de Dios. ¿Hemos creído realmente en su nombre –Jesús, nuestro Salvador? Entonces tenemos vida eterna por gracia. La sencillez es la necesidad básica de nuestras almas.
H. F. Witherby