Shownotes
Sábado 15 de Abril
Pasando Jesús... le siguieron dos ciegos, dando voces y diciendo: ¡Ten misericordia de nosotros, Hijo de David! … Mientras salían... le trajeron un mudo, endemoniado.
(Mateo 9:27, 32)
Ciegos y mudos
El relato de estos dos ciegos, así como el del hombre mudo y endemoniado, solo se encuentra en el evangelio según Mateo. En conjunto, estas dos discapacidades nos dan una completa y triste ilustración del hombre en su estado natural.
El hombre es ciego a Dios. Sus ojos están bien abiertos a los intereses de esta vida, pero en cuanto a las cosas espirituales no puede ver nada. La bondad de Dios, las perfecciones de Cristo, el poder de su sangre purificadora y las glorias del cielo no presentan nada atractivo para sus ojos cegados.
El hombre natural no solo es ciego, sino también mudo. La lengua, siempre dispuesta a hablar de asuntos materiales, se congela en el mayor silencio cuando se introduce el tema de Dios y Cristo. Cuando se trata de temas más elevados y superiores, el hombre no tiene absolutamente nada que decir.
Solo uno puede abrir los ojos ciegos y dar la palabra a los mudos. El evangelio se presenta a los hombres para que abran sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios; para que reciban… perdón de pecados” (Hch. 26:18). El Salvador siempre acogerá a quienes son espiritualmente ciegos y mudos. Aquel que ha entrado en contacto con la gracia del Salvador y ha sido tocado por ella, lo ve todo bajo una nueva luz; está liberado en su alma y se siente como si hubiera sido introducido en un nuevo mundo. Sus ojos están ahora cautivados por las glorias de su Salvador y Señor, y su boca continuamente está llena de alabanzas. ¡Esto es realmente un milagro!
Nuestros comentarios aquí se basan en verdaderos casos de sanación, pero diariamente somos testigos de sanaciones espirituales. La gracia de Dios transforma constantemente las vidas humanas. ¿Quién podría obrar tales maravillas si no es nuestro Dios, y por qué medios si no es a través del Evangelio?
W. W. Fereday