En el mundo pero no del mundo
Lourdes Pinto y P. Jordi Rivero
Lourdes preguntó al Señor acerca de la relación de nuestra comunidad con el mundo: ¿Debemos huir del mundo o participar en él? Esta fue la respuesta:
1. Mi pequeña, (el retirarse) no es el camino que Yo busco para este final de los tiempos. Satanás será derrotado por heroicos actos de amor, unidos a Mi perfecto sacrificio de amor.
2. Yo necesito almas dispuestas a vivir en el mundo sin ser del mundo.
3. Almas que puedan recibir el quebranto de otras almas y sufran por ellas siendo UNO Conmigo, únicamente por amor
4. Almas inmersas en la oscuridad de este mundo para pelear como Mis soldados de Luz contra los demonios de los infiernos.
5. Estas son Mis almas víctimas, ocultas en el mundo, viviendo a través de Mí, Conmigo, y en Mí.
6. Mi pequeña, Satanás intentará muchas tácticas para apartar tu corazón del deseo de Mi corazón.
7. Yo estoy formándoles como Mis guerreros de la gran batalla.
Ahora reflexionaré sobre estos siete puntos:
1) ¿Cómo derroto Jesús a Satanás?
• Fue una batalla pero no como nosotros podemos imaginarla.
• La mayoría de su vida fue oculta, pero viviendo en el mundo, no aislado. Convivía con la gente de Nazaret quienes le conocían – ellos pensaban.
• Luego con sus discípulos en profunda cercanía.
• Culminando con muerte en la Cruz.
• A cada paso Jesús vivió un amor heroico en los detalles de la vida ordinaria, siendo incomprendido, rechazado, dándose cuando tenía otros planes. Cuando va a descansar con sus discípulos se encuentra con una multitud. También los planes de Jesús son cambiados, pero Él continúa amando hasta la Cruz.
Ejemplo de Lourdes de cómo aplicar esto a nuestra vida: “Un esposo que, retornando del trabajo, está pendiente de su esposa e hijos, en vez de buscar su propio placer (televisión, computadora…"
2) Dispuestos a vivir en el mundo pero sin ser del mundo.
• Jesús dice: “No tomen como modelo a este mundo” (Romanos 12:2)
• Padre Cantalamessa comenta: “Después de estas palabras nosotros esperaríamos escuchar, “¡pero transfórmenlo!” En vez, Él nos dice, “transfórmense interiormente renovando su mentalidad,”, en otras palabras “¡Transfórmense ustedes!” Transformen al mundo, sí, pero el mundo dentro de ustedes, antes de pensar que pueden transformar el mundo fuera de ustedes.
• Debemos participar en Su misión y por eso Él continúa diciendo: “a fin de que puedan discernir cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto.”
• Jesús derrotó a Satanás asumiendo nuestra carne y amando en el mundo con un corazón humano. El vino para redimir todo lo que es humano, aun lo más ordinario, haciéndolo el punto focal de nuestro crecimiento a la santidad.
3) Almas que reciben el quebrantamiento de otros y sufren con ellos, siendo UNO Conmigo, únicamente por amor.
• Cuando los otros nos hieren, ¡queremos huir! Nuestro discernimiento es eclipsado por nuestras heridas y encontramos razones piadosas de porque debemos romper la relación. Si hubiésemos dado tiempo al Señor, pudiésemos haber visto nuestro error, hubiésemos visto como hemos crecido a través de las pruebas.
• Cuando corremos de los sufrimientos y queremos aun sentirnos piadosos, nos volvemos santos falsos.
• Nosotros queremos amar a aquellos que encontramos amables.
• Mateo 5,44: "Yo les digo: Amen a sus enemigos… Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos? Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos? Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo.”
• ¿Cómo revela el Padre Su perfección? – Enviándonos a Su único Hijo para salvarnos cuando éramos pecadores.
Jesús nos revela la perfección del Padre con Su amor, recibiendo el pecado, el quebranto, el dolor de todos.
Él nos pregunta: “¿Serás uno Conmigo?” ¿Recibirás Mi amor para que puedas amar como Yo amo?
4) Almas inmersas en la oscuridad del mundo, para luchar como Mis soldados de Luz contra los demonios.
• Sí, el mundo está en oscuridad, pero tenemos la misión de ir a la oscuridad siendo luz.
• Esto nos lleva a la misma batalla que Jesús libró hasta la Cruz.
5) Estas son mis almas víctimas, ocultas en el mundo, viviendo a través de Mi, Conmigo, y en Mi.
• Nuestras vidas están ocultas, en el sentido de que son ordinarias y nos son apreciadas por muchos.
Parecería que no hacemos impacto en el mundo.
• Nuestra carne preferiría que fuéramos héroes admirados.
• La esencia de la santidad es el amor de Cristo, presente pero oculto en el mundo.
• Debemos confiar y permitir al Espíritu que nos guie. Esto implica aprender a esperar al Señor para vivir a través, con y en Él. ¿Cómo estoy aplicando esto a mis presentes pruebas?
• En la raíz del pecado se encuentra nuestra independencia de Dios. Una nueva carta de la Congregación para la Doctrina de la Fe, nos advierte el retorno de antiguas herejías: el neo-pelagianismo es creer que somos “radicalmente autónomos” presumir de poder salvarnos por nosotros mismos y nuestra propia fuerza. Nuestra naturaleza caída encuentra difícil “acoger la novedad del Espíritu de Dios.” Él nos enseña un camino que no hubiésemos considerado.
6) Mi pequeña, Satanás intentara muchas tácticas para apartar tu corazón de los deseos de Mi corazón. Yo estoy formándolos como Mis guerreros de la gran batalla.
• El Señor está formándonos como sus guerreros, para la gran batalla.
• Para ganar una guerra es necesario conocer al enemigo. Conocemos las tácticas del enemigo por medio de las Escrituras, la vida de los santos, las enseñanzas de la comunidad y también de nuestra propia experiencia.
• Más importante aún, es que necesitamos conocer y confiar en el Señor de quien recibimos la fuerza y la dirección.
Él revelará las mentiras del enemigo y revelará el plan de batalla y como implementarlo en nuestra vida diaria.
Él nos da auto-conocimiento (nuestros pecados, nuestras debilidades) y también que es lo que Dios quiere que seamos.
• Nada de lo antes mencionado, es posible, a menos que estemos abiertos al Espíritu Santo.
7) Los estoy formando como Mis guerreros de la gran batalla.
• Como guerreros debemos enfocarnos en la misión.
• Almas víctimas están unidas a Cristo en su entrega al Padre.
• Guerreros disciplinados: tiempo de levarte, tiempo de orar, la Eucaristía, compartir con la familia, el trabajo, el acompañamiento, tiempo de ir a dormir.
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Ver también:
«No os conforméis a la mentalidad de este mundo» (Rom 12,2)
Primera predicación de cuaresma del P. Raniero Cantalamessa (ZENIT – 23 feb. 2018).
©Traducción del original italiano Pablo Cervera Barranco.
«No os amoldéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto» (Rom 12,2).
En una sociedad en la que cada uno se siente investido con la tarea de transformar el mundo o la Iglesia, cae esta palabra de Dios que invita a transformarse uno mismo. «No os amoldéis a este mundo»: después de estas palabras habríamos esperado que se nos dijera: «¡Pero transformadlo!»; en cambio nos dice: «¡Sino transformaos!». Transformad, sí, el mundo, pero el mundo que está dentro de vosotros, antes de creer poder transformar el mundo que está fuera de vosotros.
Será esta palabra de Dios, sacada de la Carta a los Romanos, la que nos introduzca este año en el espíritu de la Cuaresma. Como desde hace algunos años, dedicamos la primera meditación a una introducción general a la Cuaresma, sin entrar en el tema específico del programa, también por la ausencia de parte del auditorio ocupado en otro lugar en los Ejercicios Espirituales.
1. Los cristianos y el mundo
Demos primero una mirada a cómo este ideal del apartamiento del mundo ha sido comprendido y vivido desde el Evangelio hasta nuestros días. Conviene tener en cuenta siempre las experiencias del pasado si se quieren comprender las necesidades del presente.
En los evangelios sinópticos la palabra «mundo» (kosmos) casi siempre se entiende en sentido moralmente neutro. Tomado en sentido espacial, mundo indica la tierra y el universo («Id por todo el mundo»); tomado en sentido temporal, indica el tiempo o el «siglo» (aion) presente. Con Pablo, y más aún con Juan, la palabra «mundo», se carga de una relevancia moral y viene a significar, la mayoría de las veces, el mundo como ha llegado a ser tras el pecado y bajo el dominio de Satanás, «el Dios de este mundo» (2 Cor 4,4). De ahí la exhortación de Pablo de la que hemos partido y aquella, casi idéntica, de Juan en su Primera Carta:
« No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguno ama al mundo, no está en él el amor del Padre. Porque lo que hay en el mundo —la concupiscencia de la carne, y la concupiscencia de los ojos, y la arrogancia del dinero—, eso no procede del Padre, sino que procede del mundo» (1 Jn 2, 15-16).
Todo esto no conduce nunca a perder de vista que el mundo en sí mismo, a pesar de todo, es y seguirá siendo, la realidad buena creada por Dios, que Dios ama y que ha venido a salvar, no a juzgar: «Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16).
La actitud hacia el mundo que Jesús propone a sus discípulos está encerrada en dos preposiciones: estar en el mundo, pero no ser del mundo: «Ya no voy a estar en el mundo —dice dirigido al Padre—; pero ellos están en el mundo […]. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo» (Jn 17,11.16).
Durante los tres primeros siglos, los discípulos se muestran conscientes de esta posición suya única. La Carta a Diogneto, escrito anónimo de final del siglo II, describe así el sentimiento que los cristianos tenían de sí mismos en el mundo:
«Los cristianos no se distinguen de los demás hombres, ni por el lugar en que viven, ni por su lenguaje, ni por sus costumbres. Ellos, en efecto, no tienen ciudades propias, ni utilizan un hablar insólito, ni llevan un género de vida distinto. Su sistema doctrinal no ha sido inventado gracias al talento y especulación de hombres estudiosos, ni profesan, como otros, una enseñanza basada en autoridad de hombres. Viven en ciudades griegas y bárbaras, según les cupo en suerte, siguen las costumbres de los habitantes del país, tanto en el vestir como en todo su estilo de vida y, sin embargo, dan muestras de un tenor de vida admirable y, a juicio de todos, increíble. Habitan en su propia patria, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña es patria para ellos, pero están en toda patria como en tierra extraña. Igual que todos, se casan y engendran hijos, pero no se deshacen de los hijos que conciben. Tienen la mesa en común, pero no el lecho. Viven en la carne, pero no según la carne».
Sinteticemos al máximo la continuación de la historia. Cuando el cristianismo se convierte en religión tolerada y luego muy pronto protegida y favorecida, la tensión entre el cristiano y el mundo tiende inevitablemente a atenuarse, porque el mundo ya se ha convertido, o al menos es considerado, «un mundo cristiano». Se asiste así a un doble fenómeno. Por una parte, los grupos de creyentes deseosos de permanecer como sal de la tierra y no perder el sabor, huyen, también físicamente, del mundo y se retiran al desierto. Nace el monacato teniendo como enseña el lema dirigido al monje Arsenio: «Fuge, tasce, quiesce», «Huye, calla, vive retirado».
Al mismo tiempo, los pastores de la Iglesia y los espíritus más iluminados tratan de adaptar el ideal del apartamiento del mundo a todos los creyentes, proponiendo una huida no material, sino espiritual del mundo. San Basilio en Oriente y san Agustín en Occidente conocen el pensamiento de Platón sobre todo en la versión ascética que había asumido con el discípulo Plotino. En esta atmósfera cultural estaba vivo el ideal de la fuga del mundo. Sin embargo, se trataba de una fuga, por así decirlo, en vertical, no en horizontal, hacia arriba, no hacia el desierto. Consiste en elevarse por encima de la multiplicidad de las cosas materiales y las pasiones humanas, para unirse a lo que es divino, incorruptible y eterno.
Los Padres de la Iglesia —los capadocios en primera línea— proponen una ascética cristiana que responde a esta exigencia religiosa y adopta su lenguaje, sin sacrificar nunca a ella, sin embargo, los valores propios del Evangelio. Para empezar, la fuga del mundo inculcada por ellos es obra de la gracia más que del esfuerzo humano. El acto fundamental no está al final del camino, sino en su comienzo, en el bautismo. Por eso, no está reservada a pocos espíritus cultos, sino abierta a todos. San Ambrosio escribirá un tratadito Sobre la huida del mundo, dirigiéndolo a todos los neófitos. La separación del mundo que él propone es sobre todo afectiva: «La fuga —dice— no consiste en abandonar la tierra, sino, permaneciendo en la tierra, en observar la justicia y la sobriedad, en renunciar a los vicios y no al uso de los alimentos».
Este ideal de desprendimiento y fuga del mundo acompañará, en formas diversas, toda la historia de la espiritualidad cristiana. Una oración de la liturgia lo resumen en el lema: «Terrena despicare et amare caelestia», «despreciar las cosas de la tierra y amar las del cielo».
2. La crisis del ideal de la «fuga mundi»
Las cosas han cambiado en la época cercana a nosotros. Nosotros hemos atravesado, a propósito del ideal de la separación del mundo, una fase «crítica», es decir, un período en que dicho ideal fue «criticado» y mirado con sospecha. Esta crisis tiene raíces remotas. Comienza —al menos a nivel teórico— con el humanismo del renacimiento que produce el auge del interés y entusiasmo, a veces de matriz paganizante, por los valores mundanos. Pero el factor determinante de la crisis hay que verlo en el fenómeno de la llamada «secularización», que comenzó con la Ilustración y alcanzó su punto álgido en el siglo XX.
El cambio más evidente se refiere precisamente al concepto de mundo o de siglo. En toda la historia de la espiritualidad cristiana, la palabra saeculum, había tenido una connotación tendencialmente negativa, o al menos ambigua. Indicaba el tiempo presente sometido al pecado, en oposición al siglo futuro o a la eternidad. Con el paso de pocas décadas, cambió de signo, hasta asumir, en los años ‘60 y ‘70, un significado muy positivo. Algunos títulos de libros que salieron en aquellos años, como El significado secular del Evangelio, de Paul van Buren, y La ciudad secular, de Harvey Cox, ponen en evidencia, por sí solos, este significado nuevo, optimista, de «siglo» y de «secular». Nació una «teología de la secularización».
Sin embargo, todo esto ha contribuido a alimentar en algunos un optimismo exagerado respecto del mundo, que no tiene en cuenta suficientemente su otra cara: aquella por la que está «bajo el maligno» y se opone al espíritu de Cristo (cf. Jn 14,17). En un determinado momento nos hemos dado cuenta de que al ideal tradicional de la fuga «del» mundo, se había sustituido, en la mente de muchos (también entre el clero y los religiosos), por el ideal de una fuga «hacia» el mundo, es decir, una mundanización.
En este contexto se escribieron algunas de las cosas más absurdas y delirantes que jamás se han pasado bajo el nombre de «teología». La primera de ellas es la idea de que Dios mismo se seculariza y se mundaniza, cuando se anula como Dios para hacerse hombre. Estamos ante la llamada «Teología de la muerte de Dios». Existe también una sana teología de la secularización en que ésta no es vista como algo opuesto al Evangelio, sino más bien como un producto de él. Pero no es ésa la teología de la que estamos hablando.
Alguien ha hecho notar que las «teologías de la secularización» mencionadas no eran otra cosa que un intento apologético tendente «a proporcionar una justificación ideológica de la indiferencia religiosa del hombre moderno»; eran también «la ideología que las Iglesias necesitaban para justificar su creciente marginación»[1]. Pronto se hizo claro que estábamos en un callejón sin salida; en pocos años no se habló ya casi de teología de la secularización y algunos de sus mismos promotores tomaron distancias.
Como siempre, tocar el fondo de una crisis es la ocasión para volver a interrogar a la Palabra de Dios «viva y eterna». Escuchamos de nuevo, pues, la exhortación de Pablo: «No os amoldéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto».
Para el Nuevo Testamento, ya sabemos cuál es el mundo al cual no debemos conformarnos: no el mundo creado y amado por Dios, no los hombres del mundo a los cuales, al contrario, debemos ir siempre al encuentro, especialmente los pobres, los últimos, los que sufren. El «mezclarse» con este mundo del sufrimiento y la marginación es paradójicamente el mejor modo de «separarse» del mundo, porque es ir allí, de donde el mundo huye con todas sus fuerzas. Es separarse del mismo principio que rige el mundo, que es el egoísmo.
Detengámonos más bien en el significado de lo que sigue: transformarse renovando lo íntimo de nuestra mente. Todo en nosotros comienza por la mente, por el pensamiento. Hay una máxima de sabiduría que dice:
Supervisa los pensamientos porque se convierten en palabras.
Supervisa las palabras porque se convierten en acciones.
Supervisa las acciones porque se convierten en costumbres.
Supervisa las costumbres porque se convierten en tu carácter.
Supervisa tu carácter porque se convierte en tu destino.
Antes que en las obras, el cambio debe realizarse, pues, en el modo de pensar, es decir, en la fe. En el origen de la mundanización hay muchas causas, pero la principal es la crisis de fe. En este sentido, la exhortación del Apóstol no hace