Shownotes
Martes 16 de Mayo
Ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia.
(Hebreos 12:11)
La misteriosa disciplina de hoy
Nuestro Padre celestial ha planeado nuestro camino. Ha contado hasta los cabellos de nuestra cabeza. El más mínimo incidente, por insignificante que parezca, no puede ocurrirnos sin que él lo sepa. Así, el mundo es una escuela para los hijos de Dios. La vida nos permite experimentar muchas situaciones inesperadas, cuyos motivos se descubrirán en la eternidad. Las pruebas son repartidas por la perfecta sabiduría de Dios, y conocemos su propósito final, aunque la tristeza que experimentamos al pasar por ellas puede ser un misterio. Pero sabemos que la disciplina de nuestro Padre es para nuestro provecho, “para que participemos de su santidad” (He. 12:10).
Dios no siempre explica las razones de sus decisiones respecto a nosotros, pero nos ha revelado plenamente su corazón, por lo que tenemos el privilegio de caminar por la fe. Es fácil distinguir a quien ha entrenado en la escuela de la prueba, pues se caracteriza por un espíritu quebrantado y humilde, y por su confianza en Dios. El fruto apacible de justicia es una evidencia de la buena y perfecta obra de Dios dentro del alma.
Recordemos que se acerca el día en que el cuidado de nuestro Padre celestial por sus hijos obstinados ya no será necesario. La lección de vida se aprenderá pronto y el tiempo de aprendizaje habrá pasado. Las circunstancias de nuestra vida, en las que hemos sufrido, y en las que hemos sido humillados y probados, serán sustituidas por la paz y la alegría de la Casa del Padre. No faltará nada bueno, y a nadie le faltará la gracia de saborear lo bueno. Conoceremos el amor del Padre en su plenitud y la felicidad continua de su presencia, como Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. Y entonces, de una manera más profunda de lo que podríamos aprender en la tierra, captaremos aquellas maravillosas palabras de Jesús a su Padre: “Los has amado a ellos como también a mí me has amado” (Jn. 17:23).
H. F. Witherby