TESTIMONIO de Lilián Giraldo
25 de febrero 2021
JESÚS VISITA MI CORAZÓN
VIRTUD DE LA POBREZA
En la cuarta semana de nuestro retiro de Cuaresma 2020 tuve una especie de iluminación. Me desperté una mañana con una gran claridad sobre mis heridas, tomé un cuaderno y escribí hojas y hojas con todas ellas. Pude colocarle nombre a cada una, y escribir las mentiras y las tendencias que derivaban de ellas. Una herida en especial vino a mí con sus deseos desordenados incluidos.
Antes de entrar en ella, quisiera comentar que el Señor me ha sanado mucho en esta herida porque ya no reacciono desde la carne sino en Su Amor. Reacciono desde la compasión y la caridad, sabiendo que mis padres también fueron heridos y sus padres también, y así sucesivamente. Dios desea restaurar a la humanidad herida por el pecado, y a través de este proceso no solo me ha sanado a mí, sino que también lo ha hecho con ellos. El Señor está haciendo una obra maravillosa en mis padres y mi alma se mueve en amor y mucha gratitud a nuestro Señor por ello.
Esta es la herida: Se llama “Perdí mi voz”.
Descripción de la herida: Viví el abandono, el descuido, el rechazo, la violencia, el miedo a la desprotección y la inseguridad. Crecí siendo una niña, adolescente y joven muy callada, que no podía expresar mis sentimientos, preocupaciones, frustraciones y miedos. Aprendí a vivir mis dolores en silencio y soledad.
Las mentiras que se derivaron de esta herida son: Nadie te escucha, no tienes nada importante que decir, a nadie le importas, válete por ti misma, sé fuerte, no te quejes, no llores, tienes que ser alguien en la vida para que no dependas de un hombre ni de nadie.
Tendencias de la herida: Me molesta que no valoren lo que hago, que me ignoren, que me rechacen, que no me reconozcan, que no me escuchen, que ignoren mi mirada cuando les hablo.
Deseos desordenados relacionados: Tengo deseos de ser admirada, reconocida, vista, halagada, tenida en cuenta, aplaudida.
En ese mismo retiro de Cuaresma del año 2020, el Señor me permitió conocer que estaba crucificado por mí. Fue muy doloroso y revelador. Fue una experiencia muy real y personal. El conocimiento que tenemos de esto se encarnó realmente en mí.
Durante una de las charlas del retiro, Lourdes y el Padre Jordi nos hablaron de la Envidia y el Orgullo. Recuerdo que yo llegué a pensar “orgullo sí”; de hecho, muchas veces lo he confesado, pero “¡envidia no!”, y cuando nos expusieron todas las cosas desagradables que se desprendían de ella, pensé que mucho menos podía yo sufrir de ella.
Estas son las cosas que nos dijeron que siente una persona en la que la envidia habita su corazón:
· La envidia es un depósito oculto de ingratitud y resentimiento que aplaude en secreto la caída y la tristeza de los demás.
· El envidioso se resiente si percibe que sus compañeros reciben trato preferencial.
· Ataca a otros a través de calumnias o chismes.
· Trae tensión en las familias o en las comunidades.
· Enfrenta a la persona contra la voluntad de Dios.
Así que después de oír esto me dije: ¡no! ¡Envidiosa no! Y aquí el Señor me empezaba a mostrar mi falsa identidad.
El Señor nos ha enseñado que todos nos hemos hecho alguien que no somos y que “El Camino Sencillo de Unión con Dios”, nos lleva a encontrar la verdad de quienes somos.
Yo estaba recibiendo entonces el don del autoconocimiento profundo en este aspecto. Y aquí quisiera compartir lo siguiente de la pg. 44 del Camino Sencillo de Unión con Dios - tomo I:
“El alma que recibe el don de autoconocimiento y ve la dureza de su corazón, llega a un punto decisivo: acepta este don, o permanece en la oscuridad. Recibir el don de autoconocimiento duele; se siente como un aguijón”.
Bueno, pues me tardé casi un año más para aceptar este autoconocimiento profundo. El Señor seguía cavando sutilmente en mi corazón y en un acompañamiento reciente, iluminó a mi acompañante para que profundizáramos sobre la Identidad y escuché de ella esta frase: “El proceso de nuestra santificación consiste en el proceso de la sanación de nuestra identidad”. Entonces, comencé a pedirle al Señor en cada rosario, en cada santa misa, en la cotidianidad de mi vida diaria y en el recinto de mi corazón, que restaurara mi identidad en Él, que me sanara de mis deseos desordenados y de los miedos que me paralizan. Y ocurrió que el Señor me mostró nuevamente la envidia y concretamente con una persona muy allegada a mi corazón: mi esposo. Por consiguiente, el rechazo fue más fuerte hacia este sentimiento. El Señor lo estaba sacando a flote y yo quería volverlo a sumergir a las profundidades de mi corazón. ¡No podía ser! ¡¿Yo, Envidiosa?, y de mi esposo! ¡No! Me había construido una falsa identidad.
El Señor me mostraba la dureza de mi corazón y empecé a reconocerla.
Al principio me decía a mí misma: son celos, pero luego comencé a reconocer que tenía envidia de mi esposo. Y esta verdad me fue afirmada en un acompañamiento. Debía llevarlo a la confesión y comencé a vivir una lucha muy fuerte de carácter espiritual y físico.
Dios me envío a un buen sacerdote, decidido y de carácter. ¡Me ayudó, me confesó y me liberó! Tanto fue así, que pocos días después tuve un sueño con una rata que corría asustada de aquí para allá dentro de un caño; éramos muchas las personas alrededor del caño que la veíamos; luego salió de ahí con sus ojos chispeantes de ira, y corría por un campo verde, soleado y lleno de preciosos árboles con hojas brillantes. Ella era la envidia y buscaba dónde entrar. Yo no tenía miedo. La rata en su intento de volver al caño saltó sobre mí, pero el salto no le alcanzó, chocó con mi pecho y se esfumó. Ya no tenía cabida en mi corazón, Dios lo había ocupado y mi corazón después de la confesión era como muralla impenetrable formada de la pureza y el amor de Dios.
La rata era grande porque estaba alimentada, no solo por mi envidia, si no por la de todos los que estábamos en ese campo. Ya no moraba en nuestros corazones porque Dios con su luz se vale de este testimonio para iluminar y dar autoconocimiento a muchas almas.
¿Por qué tardé casi un año en aceptar este conocimiento profundo?
Aquí debo remitirme a la homilía del Santo Padre Francisco del miércoles de ceniza del 17 de febrero de 2021.
Las primeras palabras de la homilía me conmovieron profundamente:
“Hay una invitación que nace del corazón de Dios, que con los brazos abiertos y los ojos llenos de nostalgia nos suplica:‘Vuélvanse a mí de todo corazón’ (Joel 2,12). Vuélvanse a mí.”
Luego de sentir que mi corazón se estremeció con estas palabras, sentí el llamado del Señor a seguir viviendo el Camino Sencillo de Unión con Dios con perseverancia, transparencia, constancia y gratitud.
Aunque he aceptado este maravilloso llamado a ser su alma víctima de amor y a dejarme transformar en Su mismo amor, reconozco que me ha faltado mucha más dedicación. Me ha faltado, como nos lo dice el Santo Padre en su homilía, acallar los ruidos exteriores e interiores para entrar en el silencio, la contemplación, la vigilancia y la quietud del alma, y pasar horas y horas junto a la cátedra silenciosa de nuestro Dios en la Cruz.
En la homilía, el Santo Padre nos habla de las heridas, los vicios, los miedos, las hipocresías, las duplicidades, y nos confronta con una serie de preguntas. Toda esta enseñanza del miércoles de ceniza, nos lo ha dado el Señor en nuestro Camino, con profundidad; semana tras semana y mes tras mes en el trabajo silencioso, dedicado y orante del padre Jordi, Lourdes, el padre Ron, y María a través de sus canciones hechas oración y contemplación. El camino que el Señor le ha dado a Nuestra Comunidad es un verdadero regalo para la Iglesia.
La purificación de nuestros deseos desordenados consiste en reconocer que el Señor nos está llevando a un nivel más profundo de purificación, como nos dice en el mensaje 63 del Camino Sencillo del 16 enero de 2014 – Tomo 1:
“La purificación de tus deseos es la primera etapa de purificación en Mi Sagrado Corazón … Eliges vivir cada día según lo que es más difícil, y no lo que es más fácil. Esto requerirá una mayor disciplina de tu voluntad, un mayor silencio y quietud del alma en Mí.”
Cuando estamos siendo purificados en este nivel más profundo necesitamos silencio, contemplación, ir delante del Señor y entregarle nuestra miseria. Todo esto toma tiempo, trabajo, disciplina, voluntad y debemos escoger alabar, entregar nuestra miseria, agradecer y bendecir.
Estas palabras del Señor a través de la homilía del Santo Padre cobran gran sentido para mí en este camino de purificación.
El Señor me ha adentrado en el fuego purificador de su corazón, este proceso de circuncisión se demora, es difícil, pero aceptándolo, he aceptado el llamado del Señor, he escuchado su voz, he recibido su visita en mi corazón, he decidido no quedarme en la oscuridad y ver la dureza que hay en él. ¿Y ante la pregunta que quieres de mi Señor? Me responde “Tu miseria”, es lo único que tengo para darle.
A través de la circuncisión que el Señor obra en mi corazón, me libera del pecado (la envidia), crucifica mis deseos desordenados (deseo de ser vista, reconocida, aplaudida, halagada, etc. …) y permite que viva en intimidad con Él, uniendo mi dolor puro al suyo en la Cruz, a Él quien es el gran olvidado, ignorado, rechazado, no tenido en cuenta, no amado.
Como nos refiere la misma lectura del camino en la pg. 44: “El alma necesita valor para admitir sus pecados y las heridas que estos causan, e ir a la raíz de ambos”.
La valentía es una de las cinco piedritas que el Señor nos ha dado en nuestro camino, y con ella debo luchar permitiéndole al Señor seguir desvelando toda la miseria y la oscuridad de mi corazón. Entrar en mi identidad en Cristo es reconocer esta oscuridad, entregársela, amarme así y mostrarme ante Él tal como soy.
El Señor desea que nos aceptemos en LA VERDAD, pues en mi falsa identidad yo había creado una imagen falsa de lo que era ser santa, y si reconocía el sentimiento de la envidia en mí, dejaba de ser esa falsa santa que me había hecho. Dios tuvo misericordia de mí y en su infinita bondad me visitó y me mostró mi oscuridad y mi pecado, me despojó de esa falsa vestidura, arrancó la raíz de la envidia, restauró mi identidad y me señaló el camino a la verdadera santidad. Hace poco escuché de un gran sacerdote que los pecados capitales son las raíces de cualquier pecado. Gloria a Dios por este proceso de circuncisión que El Señor está obrando en mi corazón.
Lo más hermoso es que a través de este proceso, el Señor me ha adentrado en la virtud de la pobreza porque mi corazón ya no está lleno de mí, sino de Él. Por esto no me queda sino agradecer. Agradecer a Dios por este camino hecho carne en cada uno de nosotros y por cada uno de mis hermanos de comunidad que caminan junto conmigo animándonos mutuamente a dejarnos encontrar por el Señor para alcanzar la verdadera Santidad que es la perfecta unión con Él.
Pensaba terminar mi testimonio aquí, pero no puedo dejar de agregar lo siguiente:
Había pasado casi un mes después de que compartí este testimonio a mi comunidad de Amor Crucificado en uno de nuestros encuentros semanales, cuando escuché una edificante homilía del 18 de marzo de 2021 del Patriarca de Jerusalén, Su Beatitud Pierbattista Pizzaballa en la que dijo:
“El apóstol Pedro habría preferido, tal vez, olvidarse de su propia traición; pero el Señor parece decirle que no es su pecado lo más importante, sino la relación con Él, y que esta relación, si Pedro acepta su propia POBREZA, jamás va a desaparecer... No hay un pecado tan grande que pueda obstaculizar el deseo de Dios de encontrarnos.≈ En aquel momento, aquí [Primado de Pedro - Tabgha, Israel], Pedro volvió a nacer, y renace pobre, humilde, misericordioso, porque ya no debe aparentar ante nadie. Sino solo agradecer.”
¡Gloria a Dios!
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Meditando la homilía del Santo Padre del miércoles de ceniza, Lilián lee:
"Hay una invitación que nace del corazón de Dios, que con los brazos abiertos y los ojos llenos de nostalgia nos suplica: «Vuélvanse a mí de todo corazón» (Jl 2,12). Vuélvanse a mí.”
Lilian nos dice: Encontré el mismo Espíritu Santo diciendo a toda la Iglesia lo que El Señor nos ha estado enseñado a través del Camino Sencillo y de los cenáculos, semana tras semana y mes tras mes, durante todos estos años. Esto me llevo a hacerme una serie de preguntas extraídas del mismo texto de la homilía con las que El Señor confrontó mi corazón para iniciar esta cuaresma... Estoy segura de que cada uno puede sacar incluso muchas más preguntas y reflexiones. Les comparto las mías con mucho amor.
1. ¿Cuántas veces te he dicho mañana Señor, mañana? Mañana empezaré a entrar en mi corazón, Mañana me colocaré delante de ti en el santísimo. Mañana te contemplaré en la Cruz.
2. ¿Hacia dónde está orientado mi corazón? Hacia “Ti” o hacia mí “yo”?
3. ¿He apagado los ruidos del mundo y los ruidos de mi corazón para entrar en el silencio y atender Tu llamada, Señor?
4. ¿Para qué vivo? ¿Para ser alabado, preferido, reconocido o tenido en primer lugar?
5. ¿Estoy luchando o me siento complacido con mis hipocresías o dobleces?
6. ¿Me cuesta dejar mi Egipto? ¿Añoro mi pasado y glorias pasajeras?
7. ¿He trabajado en mis apegos, vicios, falsas seguridades del dinero y la apariencia? ¿He desenmascarado todas estas ilusiones? ¿He desnudado mi alma ante Ti?
8. ¿Me lamento y sufro hasta el punto de paralizarme, o sufro como UNO contigo en Tu Sacrificio de amor?
9. ¿Hace cuanto no me confieso?
10. ¿He ido a Ti para que me sanes de mis enfermedades espirituales, de mis vicios arraigados y de los miedos que me paralizan?
11. ¿Te presento mis heridas? ¿Te pido que me sanes?
12. ¿He vuelto como aquel leproso que sanaste, para agradecerte el que me hayas sanado de mi propia lepra?
13. ¿Te imploro a Ti Espíritu Santo? ¿He redescubierto el fuego de alabarte?
14. ¿Entiendo que el camino no se basa en mis fuerzas, mis capacidades, mis méritos, sino en acoger Tu Gracia?
15. ¿He entendido que lo que nos hace Justos no es la justicia que practicamos ante los hombres sino la relación sincera Contigo?
16. ¿Me reconozco necesitado de Tu Misericordia y de Tu Gracia?
17. ¿Entiendo que lo que deseas en esta cuaresma (en el camino que nos has dado) es un abajamiento humilde en nuestro interior y hacía los demás?, no una escalada hacia la gloria sino un abajamiento por amor.
18. ¿He ido ante la Cruz? ¿Me pongo horas ante Tu cátedra silenciosa?
19. ¿Miro tus llagas? ¿Reconozco mi vacío en tus llagas? ¿Reconozco mis faltas, las heridas por el pecado, los golpes que me han hecho daño?
20. ¿Beso tus llagas? ¿Beso tus pies? ¿Me dejo adentrar en Tu sagrado Corazón? ¿Me dejo mirar por Ti?