Shownotes
La sangre os será por señal en las casas donde vosotros estéis; y veré la sangre y pasaré de vosotros … cuando hiera la tierra de Egipto.
(Éxodo 12:13)
La infalibilidad de la sangre
Solo la sangre proveía una escapatoria segura. La misericordia había dejado el país, ahuyentada por el destructor. Dondequiera que no estaba la sangre, allí caía la espada. Toda casa que no llevara la evidencia de haber estado ya bajo la sentencia del juicio, que no se hubiera apropiado de la sangre para su propia puerta, yacía bajo la ira. Honor, títulos o valor personal no eran escudos válidos; la espada los atravesaba a todos y hería a los primogénitos con la muerte.
“La sangre os será por señal”. No hay otra garantía. No la busquemos dentro nuestro; veámosla en la sangre de Cristo; no la busquemos en nuestros sentimientos, sino en sus sufrimientos; no la hallaremos en nuestro gozo, sino en su dolor. Si Israel hubiese pasado toda la noche revisando y mirando si la sangre estaba sobre los dinteles de sus puertas, entonces no habría sido fe, sino desobediencia. Dios les había dicho: “Ninguno de vosotros salga de las puertas de su casa hasta la mañana” (v. 22). Y ellos se quedaron dentro de sus casas y no salieron hasta el alba. Aquellos cuyas puertas estaban cerradas, y que se hallaban reunidos con miedo y temor en torno a su cordero pascual, ¿estaban menos seguros que aquellos vecinos suyos que esperaron tranquilamente la libertad de la mañana mientras disfrutaban de la fiesta? El primogénito de la madre temblorosa y abatida, ¿estaba menos seguro que el primogénito de aquella cuya fe en Jehová aceptaba la libertad de Dios? No, la seguridad reside en la sangre puesta sobre la puerta, y no en los sentimientos de quienes están dentro de la casa –la sangre redentora era la seguridad. Escuchemos sus palabras: “Veré la sangre y pasaré de vosotros”. Su espada de justicia había caído sobre el adorable Sustituto. Su justicia no reclama un segundo juicio, ni una doble muerte por el pecado. La misma espada que fue utilizada para la inmolación del cordero, ahora cobija a aquellos por quienes la sangre fue derramada.
H. F. Witherby