Shownotes
Han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos. Y voló hacia mí uno de los serafines, teniendo en su mano un carbón encendido… y tocando con él sobre mi boca, dijo: He aquí que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa, y limpio tu pecado.
(Isaías 6:5-7)
El profeta Isaías—su confesión y llamamiento (2)
Los eruditos bíblicos nos dicen que este evento probablemente ocurrió antes de los cinco primeros capítulos, y describe el momento en el que Isaías es llamado a ser un profeta de Dios.
En esta maravillosa escena, Isaías logra vislumbrar la santidad y gloria del Señor. Los serafines cubrían sus ojos y pies y daban voces unos a otros, exclamando la gloria del Dios tres veces santo, Jehová de los ejércitos, una gloria que llena toda la tierra (v. 3). Esta escena afectó profundamente a Isaías, y caracterizaría su ministerio profético. Es interesante considerar que según el apóstol Juan, Aquel que Isaías vio era en realidad el mismo Señor Jesucristo (Juan 12:41).
La santidad y gloria de Jehová tuvieron un efecto inmediato en Isaías. Como hemos visto, su respuesta fue la confesión de su propia pecaminosidad: ¡Ay de mí! Nuevamente uno se acuerda de Simón Pedro, el cuál en una ocasión, al darse cuenta de la omnipotencia del Señor Jesús (vista en su poder sobre la creación), solo pudo confesar: «Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador» (Lucas 5:8). El patriarca Job también experimentó esto cuando su vista captó un destello de Jehová en el torbellino, y tuvo que confesar: «Me aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza» (Job 42:6).
Pero Dios ha provisto lo necesario para expiar el pecado de los que creen en Él. En el caso de Isaías, vemos que un carbón encendido fue tomado del altar y fue puesto sobre sus labios por el serafín. El altar es representativo del altar de bronce sobre el que se quemaba el holocausto –la obra consumada de Cristo para la gloria de Dios.
Brian Reynolds
A Dios sea la gloria, al mundo Él dio
Al Hijo bendito que por nos murió;
Expió los pecados de quien en Él cree,
Abriónos la senda hacia Dios por la fe.
A. M. Jones