Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante.
Efesios 5:2
Cristo, el modelo del amor
Anteriormente en esta Carta, Pablo escribió: “Todos nosotros vivimos en otro tiempo… éramos por naturaleza hijos de ira” (Ef. 2:3). Pero ahora nos anima a ser imitadores de Dios en amor, porque como hijos suyos tenemos una nueva naturaleza y disfrutamos de una relación de amor con él. Esto nos capacita moralmente y nos motiva a llevar una vida que, de otro modo, sería impracticable.
¡Qué bendición tener el ejemplo del Señor Jesús para guiarnos! En la noche en que fue entregado, él les dio a sus discípulos un nuevo mandamiento: amarse unos a otros, y él mismo se convirtió en el modelo de ese amor (Jn 13:14). Bajo la Ley, el mandamiento era amar al prójimo como a uno mismo (Lv. 19:18). Pero ahora, el estándar es aún más alto: “Como los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros” (Jn. 13:34 RVA-2015). Por eso, Pablo nos insta a andar en amor “como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros” (Ef. 5:2).
El mundo reduce el amor a una mera atracción mutua, y las personas entran y salen de él según sus conveniencias. Pero para los cristianos, el amor es sacrificial, una deuda constante que tenemos (Ro. 13:8). Lo recibimos abundantemente de Dios, sin merecerlo. Él “no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros” (Ro. 8:32). Cristo “se humilló a sí mismo” (Fil. 2:8), se “ciñó” una toalla y lavó los pies de sus discípulos (Jn. 13:4), “se dio a sí mismo” (1 Ti. 2:6) y “se ofreció a sí mismo” por nosotros (He. 9:14).
El amoroso trabajo de nuestro Señor siempre es una fuente constante de olor fragante a Dios. Él nos satisface plenamente y nunca nos defrauda. ¿Por qué? Porque él es la personificación misma del amor. Él ha glorificado a Dios, y como creyentes en él, somos bendecidos. Como el siervo hebreo que dijo: “Yo amo a mi señor, a mi mujer y a mis hijos, no saldré libre” (Éx. 21:5), él lleva las marcas de su amor eternamente, y “nosotros amamos porque él nos amó primero” (1 Jn. 4:19 NBLA).
Simon Attwood