Shownotes
Una cosa sé, que habiendo yo sido ciego, ahora veo.
(Juan 9:25)
Testimonio de fe
De forma asombrosa, el Señor sanó a un hombre que había nacido ciego. Sus ojos, que habían estado sellados, lo dicen todo. Estos se habían convertido en una prueba silenciosa, aunque grandiosa, del poder de Jesús de Nazaret, el despreciado del pueblo. El agua del estanque de Siloé quitó de inmediato el barro y la ceguera. Esta agua fue lo primero que vio. Luego corrió a su casa para mostrarle a sus padres lo que le había sucedido.
Los vecinos le preguntaron cómo habían sido abiertos sus ojos, y él respondió con sencillez: «Aquel hombre que se llama Jesús hizo lodo, me untó los ojos, y me dijo: Ve al Siloé, y lávate; y fui, y me lavé, y recibí la vista». Esto era lo suficientemente claro, pero la simple mención del nombre de Jesús hizo que tuviera que dar explicaciones ante los fariseos. Ellos culpaban de pecado al bendito Sanador, pero nadie podía negar el hecho claro y evidente de que el hombre había sido sanado, de una ceguera de nacimiento, por Aquel que ellos llamaban pecador. Por lo tanto, esta fue su respuesta: «Si es pecador, no lo sé; una cosa sé, que habiendo yo sido ciego, ahora veo».
Las dudas pueden caracterizar al escéptico, pero no a los que han probado la verdad de la Palabra de Dios. Aquella Palabra, cuando es recibida por fe, disipa todo temor. Le demuestra al pecador cuál es el terreno en el que está: completamente perdido; pero también le revela al Salvador, cuya obra en la cruz hace plena expiación y le da la seguridad de la salvación en el momento que cree. Dichosa el alma que puede decir con seguridad: «Una cosa sé, que habiendo yo sido ciego, ahora veo». No hay sermón más poderoso que el que emana de la experiencia. Un hecho es mucho más valioso que cientos de teorías. Si hablo de lo que mi alma conoce, y no de lo que simplemente he escuchado de otros, entonces hablo con poder. Cuenta fielmente lo que te ha sucedido, ¡para que así el Salvador obtenga alabanza por la salvación que ha dado!
J. W. Smith