Shownotes
Puesto de rodillas oró, diciendo: Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.
(Lucas 22:41-42)
Someterse a la voluntad de Dios
¿Hubo alguna vez en la historia una actitud como esta? Desde el pesebre de Belén hasta la cruz del Calvario, a medida que avanzaba hacia el álgido momento de su sacrificio, oscuras nubes se reunieron más y más sobre Él hasta el momento en el que expresó su clamor final y expiró. Sin embargo, a pesar de padecer el más grande de los sufrimientos, sus labios no pronunciaron ni una sola murmuración. Él se sujetó completamente, sin queja alguna.
¿Está en ti este mismo sentir? ¡Ah!, ¡¿en que se comparan tus pruebas con las suyas y tus ondas de dolor con las olas que cayeron fuertemente sobre Él?! Sus sufrimientos no se debieron a su culpabilidad o pecado, pues Él era sin pecado, mientras que nuestros mayores sufrimientos se deben, con frecuencia, a nuestros fracasos. Él aceptó lo que su Padre había ordenado, diciendo: «Sí, Padre, porque así te agradó» (Mat. 11:26). ¡Oh, tú que sufres, considera estas palabras, y conviértelas, como lo hizo Él, en el secreto de tu sumisión!
Un niño enfermo tomará la medicina más amarga de las manos de su padre. Reposemos pasivamente en los brazos de su amor, alegrándonos en el hecho de que sus actos jamás son arbitrarios, sino que cada uno de ellos «es necesario» (1 Pe. 1:6) en su gracia. Bebe profundamente del dulce espíritu de sumisión del Señor, entonces serás capaz de enfrentar (¡incluso de darle la bienvenida!) a la prueba más dolorosa, diciendo: «Sí, Señor, está bien porque es tu voluntad. Tómame, disciplíname como te parezca mejor, aun cuando no pueda ver el ‘por qué y el para qué’ de ello». El alma afligida honra a Dios manteniendo silencio en medio de las circunstancias más oscuras y desconcertantes, ¡reconociendo en ellas la enseñanza que necesitamos para un futuro eterno sin dolor, sin pecado y sin muerte!
J. R. Macduff
Sus propósitos perfectos, a su tiempo cumplirá
Y lo que es ahora amargo, dulce fruto llevará;
La incredulidad es ciega, pues no mira más allá,
A la fe Dios se revela, todo nos aclarará
T. Ward